Hoy estoy sin saber yo no sé cómo (a modo de esas charlas íntimas con los amigos)

Esta mañana no se me apeteció leer, durante el paseo a Poncho, a Juan José Saer, del cual estoy tratando de avanzar por El limonero real. Hoy no le encuentro sentido a leer a Saer – ya he leído tres de sus novelas, en orden de aparición –. No solo a Saer, por Saer, sino cualquier ficción, he pensado. Tal vez debería cambiarme a un ensayo. He mirado en el listado de ensayos pendientes y, por influencia de Ortega y Porrini, lo he intentado con Roberto Calasso, pero tampoco. Me importan un huevo los dioses y la literatura. Así que he abandonado. No sé, estoy de realismo fáctico. No es que tenga ningún problema concreto, sino que siento que no hago nada en la vida, en la realidad, que no estoy en el mundo. Al mismo tiempo tampoco  sé dónde quiera estar, qué hacer. Todo esto, supongo, tiene que ver con eso de que me voy haciendo viejo. Se me acaba el tiempo y aún no sé para qué lo quería. En momentos como estos me acuerdo del poema de Borges he cometido el peor de los pecados… no he sido feliz. 

Muchas veces me pregunto si habré sido feliz o no. Soy consciente de que hacerme esta pregunta es casi una respuesta afirmativa implícita. De haber sido desgraciado siempre se está seguro. Nunca se pregunta uno si habrá sido desgraciado, lo afirma categóricamente. Solo duda cuando se enfrenta a otro que está peor y entonces el orgullo lo saca a uno a flote porque no hay nada que reflote el orgullo como encontrar a otro que está peor que uno. (Yo no estoy tan tan mal, y se siente mejor porque es una forma de victoria)

Es cierto también que si uno se hace la pregunta es porque algún síntoma de algo está brotando. Eso tan burgués, tal vez, de la insatisfacción vital. (Me da un poco de risa esto, tan serio, de la angustia vital, porque de pequeño leía un cómic, no recuerdo cual, donde aparecía un personaje que se llamaba así, Angustio Vidal

, y que siempre se quejaba de lo mal que le iba la vida … así lo recuerdo, pero ahora he comprobado que se trataba de un hippie, probablemente burlándose de los existencialistas) A mí me gusta pensar que también se trata un punto de lucidez que le hace a uno despertar en medio del sueño de vivir y que te enfrenta al absurdo de la existencia, esto tan coñazo de ser conscientes. Conscientes de que nos morimos y de que no sabemos para qué hemos vivido. Afortunadamente no duramos mucho despiertos – levantarse, mear, casi sin abrir los ojos, y volver a la cama –. Enseguida nos sumergimos en el sueño de nuevo,  nos hacemos cargo de la inutilidad de esa lucha, y prudentemente miramos hacia otro lado.

De todos esos sueños en los que andamos sumergidos para no afrontar el absurdo: el laboral, el social, la religión, la política, la pesca de la trucha, el asesinato, todo lo que hacemos en lo que buscamos una supuesta identidad, una supuesta razón de estar vivos, como mínimo un olvido del vivir viviendo, supongo que el que yo elegí fue este de la literatura, leer; esencialmente, un poco como Borges – él un poco como Homero, ja –. Y como él, en ese mismo poema, a veces me despierto y comprendo, no aterrado, frío, vacío, que no es nada más que … bueno él dice mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías. A pesar (o precisamente por) del cinismo, de la ironía de su verbo, no creo que Borges se hiciera ilusiones acerca de la importancia de su arte, ni como mero lector ni como practicante sublime.  Yo que ni siquiera comparto esta segunda parte, y que la primera me pilla muy abajo y muy lejos de dónde él alcanzó qué menos que sentirme como él a veces.

El título viene del poema, tremendo, tremendista, de Miguel Hernández, pero su dolor – como buen comunista, o luchador social, él no se entretenías en naderías burguesas, cuando sufría sufría a saco y por cuestiones concretas de martillo y yunque – parece más definido, dolor de amor: Un amor me ha dejado con los brazos caídos y no puedo tenderlos hacia más. Lejos de mí ya esos amores atormentados y estériles como lo son las tormentas. Y afortunadamente lejos de mí la concreción de una enfermedad, un castigo, una piedra en toda la cabeza. Todo me ha ido tan bien que no tengo una mala pena que llevarme a la boca para la queja. Y para la queja tengo que acudir a estas penas intelectuales, sublimes, vitales, de espuma de ideas. 

Me río yo de mis penas. Esto se arregla con un paseíto por la playa, dos borracheras y tres siestas. El limonero  cae seguro, y Solenoide,  que también está en marcha, también. Ya veremos cuándo.

--O--

Uno de mis clásicos rellenos para no tener que borrar el blog papirómano de mi lista de blogs

Comentarios

  1. Te metes unos cuantos párrafos de un tercio hacia abajo que son pura poesía. Lo que da soltarse la peluca.

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  2. Practicando a ver si no sale anónimo esta vez. El de antes también soy yo.

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