Mi Lucha

Una reflexión matutina para actualizar el blog


 Uno cree que la vida «debe ser», y se pasa la vida persiguiendo esa zanahoria sin alcanzarla nunca. Más pronto o más tarde comprende que la vida solo «es», el relleno lo tiene que poner uno. 

Y nunca he sabido qué poner dentro. Me he comido la vida seca, echando unos sorbos de cerveza con los amigos, enamorándome de mujeres inaccesibles, leyendo aventuras e ideas de otros  y hasta escribiendo tonterías como esta para pasarla. 

A veces pienso en mi vida como una vida desperdiciada a la que otros le hubieran sacado más sentido. Como si la vida fuera como una chaqueta (¡qué palabra!, ¿no?, viene del francés que a su vez, en una de sus acepciones viene del catalán que la trajo del árabe, de una palabra que designaba a esas cotas de malla par defenderse de los espadazos) que uno pudiera prestarle a otro para que la luciera mejor.

Cuando escribo «uno» quiero decir «yo», pero ocultándolo en un genérico que, de algún modo, incluya a los millones de lectores de este texto, una parte de los cuales se sentirá identificado conmigo. A Ciorán le funcionó. Siempre pensé que exageraba sus padecimientos teatralmente, pero que luego, al cerrar la libreta, llevaba una vida de lo más normal y burguesa, como Hitler o Pinochet jugando con sus nietecitos después de limpiarse las botas en el felpudo y quitarse el uniforme manchado de salpicaduras de sangre. Bueno, yo hago igual. Después me haré un café. 

Hasta ellos tenían una vida con sentido. No he leído Mi Lucha ni la vasta obra de Mussolini, pero estoy seguro de que en ninguna parte de ella se echan en el suelo a lamerse los huevos y a lamentarse de no saber o haber sabido qué hacer con su tiempo para sentirse más, no sé, más pleno, más útil, haber servido para algo, como estoy haciendo yo ahora.  Es más probable que sus textos fueran pajas exultantes, chorretes eufóricos de semen regados a la audiencia lectora. 

Nunca lo sabré. No voy a ponerme a leer su obra a estas alturas. Ahora solo me apetece leer historia remota, tranquilizadora porque ya pasó. Y ficción amable, colorista, optimista. Esa que habla de la realidad que todos querríamos haber vivido: aventuras sin riesgo, amores sin cuento, amistades inquebrantables, juventud sin fin… esas cosas.

De vez en cuando, bajar a la vida, pagar el pan y volverse a la ficción, arrebujándose bien entre sus páginas para pasar el frío de los últimos días de invierno. 

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