La desacralización de la literatura

 Corría el año 1992 cuando la tinta de este ejemplar que tengo entre las manos estaba casi fresca o, al menos, no castigada por el sol y el tiempo, como ahora. Editorial Astri,S.A. P.V.P. 110 Ptas. El título, "Clientes para el cementerio", el autor, Silver Kane.

En los puestos de viejo de las ramblas cercanas al Mercado de Nuestra Señora de África se consiguen ahora por un euro, en un estado aceptable. La portada promete una historia de vaqueros: se ve a un pistolero disparando con su colt desde las tablas de una casa de madera en un pueblo con calles de polvo.

Andábamos paseando por Santa Cruz y recordando la novela de Alexis Ravelo La otra vida de Ned Blackbird, homenaje a todos aquellos autores que antaño se escondían bajo pseudónimo para hacerse unas pesetas escribiendo, creía yo, al son de un metrónomo. Así que escogí esta que digo, de Silver Kane, y pagué el euro que me pidieron. La edición es muy modesta, el papel de la portada y la contraportada es satinado sí, pero apenas de mayor gramaje que el barato, oscurecido por el tiempo, del interior.

Hasta que empecé a leerlo creía que yo ya había asistido a la desacralización de la literatura por haber hojeado a W. Burroughs, J. Kerouack, H. Miller o Ch. Bukowski. Pero no, toda esa literatura era más bien herética. Se apartaba de la  iglesia, pero visto ahora, no acababa de tener tan pocas pretensiones como esta de Silver Kane, verdaderamente desacralizada, lista para ser comprada por cuatro perras en cualquier kiosco. Lista para ser leída en el cercanías o la guagua por un obrero  que después la tirará a la papelera o le sacará las hojas para ponerlas en el fondo de la jaula del canario. No hay ninguna altanería, ninguna pretensión, ninguna grandilocuencia. Cualquier vanidad se somete a la economía y la efectividad. Para empezar, esta al menos, nos daba por 110 pesetas una historia de género negro en las manos de un vaquero, es decir, una oferta de llévese dos por el precio de uno. El antihéroe, por supuesto, es un fracasado que intenta ganarse la vida honradamente como detective. Después de sobrevivir a los intentos de asesinato de sus acreedores (al que le debe el sombrero le apunta fallidamente a la barriga con la intención de recuperarlo para la reventa) recibe en su despacho de Oklahoma City, de puerta de cristal esmerilado con su nombre grabado, a una granjera de tan buen ver que proyecta sombras de mujer fatal. Y las cosas van pasando entre líneas de humor, diálogos con frases como cachetones, remedo de los de las novelas de R. Chandler, personajes estrafalarios que se van uniendo (y muriendo) como eslabones de una cadena que llevará, supuestamente, al malo jefe de los malos. Hay escenas de acción como aquella en la que el detective es atacado por un puma amaestrado (sí, como lo leen). Nuestro héroe, pistolero rápido y certero como ninguno, se despacha pocas veces con el colt y muchas con un cuchillo, o lo que le quede más a mano, porque su maltrecha economía no le da para unas balas. Y sale airoso de las embestidas de un carrusel de malhechores para poder terminar acaramelado con la granjera, mujer nada fatal, al fin y al cabo, de la que se ha, por supuesto, enamorado. 91 páginas entretenidas, que impulsan la lectura para averiguar cómo se desatará un nudo aparentemente irresoluble, un nudo demasiado complicado con gran cantidad piezas que no encajan. La solución, no podía ser de otra manera, es decepcionante para cualquier devoto de la verosimilitud. Hay alfombras que se despliegan para transformar unas habitaciones en otras, personajes que eran el mismo conectados por un pasadizo subterráneo, o con una máscara de goma que les hacía parecer otro. En fin, se espera del lector la suspensión de todo criterio ajeno al de pasar un rato leyendo. Yo lo acepto. Me someto a las leyes de la baja novela.

También las aceptaron Silver Kane, Taylor Nummy, Rosa Alcázar, Silvia Valdemar y Enrique Moriel, todos ellos agazapados tras una misma pluma, la de Francisco González Ledesma. En la lista de estos escritores que nunca fueron candidatos al Nobel está, por supuesto, Marcial Antonio de la Fuente Estefanía y María del Socorrro Tellado López, Corín Tellado, hija de Toledo que, si le hacemos caso a la Wikipedia, escribió más de 5000 novelas y relatos, fue traducida a 27 idiomas y vendió más de 400.000.000 de ejemplares.

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