Diario de las esquinas dobladas

 

Inmenso libro que recoge los agobios, las reflexiones, las lecturas, los miedos de Rafael Chirbes. Sorprenden las dudas sobre sus propias capacidades como escritor. La fecha de estos diarios que leo es anterior a Crematorio y al Premio de la Crítica de narrativa castellana de 2007, pero la actitud de Chirbes no creo que cambiara con la admiración del mercado, los lectores y la crítica. A las alturas de este diario Chirbes está casi de acuerdo con un tesinando que vaticina el final de su obra con la novela publicada hasta aquella fecha. Según el estudiante, lo próximo que pudiera escribir sería una especie de vuelta sobre sus pasos. Corría el año 2006. Ahora sabemos que le quedaban por escribir, antes de que la muerte se lo llevara, tres novelas más, entre ellas Crematorio. Pero Chirbes no refuta la tesis. A aquellas alturas, con 57 años, se sentía cansado, deprimido (permítaseme ver en lo que cuenta algún episodio depresivo) y arrastrando una salud que se quebraba y daba lugar a reflexiones sobre la muerte, la agonía y la llegada del temible momento en que no pudiera valerse por sí mismo.

 

Estos diarios están, si bien que revisados, escritos en libertad y, como él mismo dice, "a vuela pluma". Escribir novelas para él, sin embargo, era un trabajo de pala y pico, de construcción y demolición continua y cuidadosa. Un trabajo que a ratos nos parece a nosotros, lectores, atendiendo a su descripción, una penosa y alienante tarea de obrero. Pero reconoce momentos de placer en las altas horas de la noche, su horario creativo. Las correcciones y el trabajo más racional lo realizaba antes del mediodía. Pero no crean que fue un escritor de método. La cama o el sofá y los libros, la procastinación de la escritura (nunca le leí esta palabra) eran constantes. La pereza que sentía al retomar la escritura de sus novelas era similar a la que siente un trabajador cualquiera al levantarse para acudir al trabajo cada día. Y todas estas inseguridades, sí, se dieron en un escritor que, visto a estas alturas tiene la talla de un clásico. Sus trabajos, los encargos, como charlas, conferencias y críticas literarias, también le sumían en las angustias de las obligaciones asumidas a regañadientes, quizá menos, sus artículos como crítico gastronómico.

Si el Chirbes escritor queda en entredicho según sus propias palabras, el Chirbes lector se levanta enorme entre las líneas del diario.  Como quien no quiere la cosa, sólo haciendo referencia a sus lecturas según se van entreverando entre las fechas, los diarios son un ejercicio magistral de crítica literaria.

Conoce la literatura clásica en nuestro idioma y la disfruta desde su tiempo sin "postureo", genuinamente, con la dificultad que, al menos eso creo,  tiene paladear a Quevedo en el siglo XXI. Se rinde a La celestina,  relee a Galdós, a Balzac y a Clarín . Y al paso que comenta sus lecturas nos abre una puerta a la literatura francesa e italiana, clásica y contemporánea, que a nosotros suele sernos tan distante y que, sin embargo, Chirbes leía del original.

Tengo una fea costumbre, marco la página en las que sorprendo una recomendación literaria doblando su punta. Si hay dos en la misma hoja y diferente página la cosa empeora porque doblo las dos esquinas, la superior y la inferior. Estos diarios tienen muchas puntas dobladas. Y es que Chirbes no se deja despistar por los ornamentos de estilo que a otros nos embelesan. Él sabe, porque sabe construir una novela, cuáles son sus cimientos y sus vigas, por qué ventanas se ventilan, por qué puertas podemos escapar, dónde el autor se ha impuesto fatalmente a los personajes, o los dibuja con brocha gorda o pincel fino. La mirada de Chirbes es la omnisciencia sobre la omnisciencia.

Una pregunta habitual que nos hacemos todos los que leemos y que suelen hacerse los críticos literarios es hasta qué punto las vivencias de los autores determinan lo que escriben. ¿Fue necesario Lepanto para don Quijote o se pueden trazar las calles de Santa María sin levantarse de la cama? Afloran entre las líneas de Chirbes datos biográficos que lo van pintando ante el lector. Y pienso yo (él no, él habla de su vida como cosa dada y sin importancia) que su mano perdida en Lepanto fue la vida del orfanato y el internado, sus baños de Argel, la homosexualidad en tiempos de Franco, las palizas de la DGS o los meses en Carabanchel. Frente a todo esto se yergue Chirbes y llega al S. XXI sin la corona de laurel que otros "rojos" de su tiempo llegaron a procurarse en la España posfranquista, como Pradera, Semprúm o Múgica. No se acomodó en ningún calor, siguió mirando a un lado y a otro críticamente y, por eso, seguramente por eso, estos diarios saben a soledad y, seguramente también por eso, merecen tanto que los leamos.

 

Comentarios

  1. ¡Qué soberbia reseña! Cuanto te da la gana brotas y echas flores, mano. Voy a compartir esto en fb.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Odisea del perroflauta

Suite francesa, de Irene Némirovsky

Reflexiones con Greta