Querido Georges: Sé lo que esperas de mí: un sí o un no, algo parecido a un veredicto, culpable o inocente. Si hay culpa, el castigo siempre es simple. Georges, hemos llegado a muchos acuerdos tácitos. Me doy perfecta cuenta de que no le prestas atención a los argumentos que te doy para llegar a mis conclusiones. Posiblemente ni los leas. Eres un hombre de mundo y de negocios, con muchas tareas, con muchas llamadas, con muchos correos y "whatsapps", con unas nóminas que pagar a fin de mes de las que dependen un puñado de familias. Me parece bien que no hagas lecturas atentas de mis informes. No dejaré de exponerte el porqué de mis conclusiones. Algún día, quizá, las reúnas en un tomo que alguien hojee con un poco de cuidado. He estado a punto de escribir "con el cuidado que merecen" pero soy un simple lector, trato de apartar mi ego. Mientras tanto, tu desinterés lo acepto como un gran elogio. Depositas en mi criterio una confianza que yo no tengo. P
La edición que he manejado de Suite francesa , la novela inconclusa de Irene Némirovsky, se complementa con unos textos adicionales, a saber: sus reflexiones mientras escribía, encontradas en un cuaderno manuscrito, y un manojo de cartas ajenas a su mano. Ella había sido detenida y llevada, en principio, a un campo de concentración en el interior de Francia. Su marido, familiares y amigos escribieron cartas desesperadas intentando averiguar dónde se encontraba y en qué estado. Apelaban a cualquier autoridad o contacto que pudiera darles información. No tuvieron éxito. Tres clases de textos, tan distintos, conforman un todo incontrolable y desconocido para la autora de la novela. Desgraciadamente, ella nunca tendría acceso a esta especie de corpus sobreliterario que aumenta la novela, o la reduce, o la condiciona, o la altera, o la complementa o la destruye. Los dioses de las letras operan un milagro fuera del alcance de lo humano. Ellos, no sienten ni padecen, se despre
Hoy he oído el ruido de una estrella al chocar con caracolas y el paso firme del desfile de diez gatos sobre el tejado de una choza. Hecha de hojas de palmera ya resecas por el sol. Nuestra estrella que lamenta el uso estéril de las mantas. En los días de verano. En las noches de bochorno. En la antesala del despacho de un juez corrupto y calvo que dicta sentencias al ritmo de un diapasón. Avanza con el tiempo con que las notas de Schubert se lamentan de estar entre sus manos. Sucias de tanto lavarse con la tinta de las leyes.
Magnífica lectura de un poemazo! también me gusta ese virado azul de las imágenes.
ResponderEliminarMagnífico! Vídeo inquietante!
ResponderEliminarDice el profeta " sed moderados en vuestras alabanzas: ni muy pocas, para que el amigo no se ofenda; ni demasiadas, para que no repita"
ResponderEliminar