Rascándose la cabeza

 El fin de año es propicio a las reflexiones en vacío, esas que no llevan a nada y que son un mero divertimento sin propósito. Esto es lo que sigue. 



Hace falta mirar de lejos para saber dónde estuviste. Aquí no es más que el irremediable lugar donde estás ahora. No hay elección en eso, ni añoranza, ni curiosidad. Por eso sueñas con lo que fue, con lo que pudo ser y, si no se te han podrido aún las ilusiones, con lo que será y lo que podría ser. 

Algunos nunca nos movemos de aquí. Aunque nunca estemos. Por eso es raro que recordemos cómo fue ni pensemos en cómo será. Estar aquí es como la parte física del vivir. El mundo que construimos por dentro es el del podría ser, el del pudo ser. El fue o el será son solo otros aquí que ni añoramos, ni deseamos. Pasaron o llegarán sin que hagamos nada al respecto, más que permanecer aquí.

La vida la llevamos por dentro, como se dice que se llevan las procesiones. Por fuera solo funcionamos como relojes, que solo dejan ver los números mientras el tiempo se desliza en otra parte.

Lo que quiero decir es que hay mente y hay cerebro, sin cerebro no hay mente, pero probablemente hay cerebros sin mente. La mente es realmente en donde vivimos la mayor parte del tiempo, el cerebro es la máquina. El cuerpo la estructura en la que se sostiene. La silla es madera y otros materiales sintéticos reordenados (transformado el orden que tenían en la naturaleza) pero solo para nosotros es silla. La vida es también eso, una parte física que transcurre imperturbable y una parte volátil que construimos a medida que vivimos, nos comunicamos, leemos, soñamos. El cuerpo y lo que le pasa es solo el soporte sujeto a la contingencia física, lo que somos nos lo hacemos nosotros pongamos la excusa que pongamos. Vivir, eso que llamamos vivir con la boca llena, es soñar, incluso cuando haces. De hecho hacer sin estar soñando es solo girar con el engranaje. Hacer soñando es lo que llamamos aventura. Hacer sin soñar es lo que llamamos trabajo. Soñar sin hacer, es también vida, qué carajo, aunque sea una vida sin raíces, sin referencias físicas. 

Hace falta mirar de lejos porque uno tiene que distanciarse de su ser para comprenderse. Se habitúa uno a estar aquí y se olvida de vivir. (Y cuando se acuerda, a lo mejor ya está demasiado viejo, o tiene demasiadas excusas para empezar, porque, tal vez, la vejez no es más que la acumulación de excusas para no empezar de nuevo. Empezar se puede empezar en cualquier momento aunque luego vayas y te mueras. Morirse viviendo, ¿no es el sueño de todos?) ¿Estaré viviendo? Te preguntas en medio del ahora, en medio de las circunstancia, en medio del frotar un plato con el estropajo. ¿Y cómo será vivir entonces? Terrible darse cuenta de que uno en realidad no ha sabido o no se ha atrevido a vivir como creía que era vivir a pesar de como ha estado viviendo. (Más terrible es no haber creído nunca en nada demasiado, con suficiente energía para ponerte en movimiento) En fin, terrible todo. Terrible nada. Las cosas son como han sido y de nada vale lamentarse o enorgullecerse. Al final todo será como fue.

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