Lecciones de las plantas I


Tengo un anturio, o por mejor decir, en mi casa vive un anturio que traje hace tiempo. Él vive y yo vivo, pero el anturio no es mío; está ahí, yo lo traje y yo lo riego. Yo tampoco soy del anturio, él no me riega pero respiro con beneficio alguno de los gases que sus hojas filtran de noche o de día, que ya no me acuerdo de cómo respiran las plantas.

La cosa es que hoy, cuando entré en la cocina, al fondo de la cual está la solana donde vive el anturio y otras dos pocas plantas, vi una sombra huir por la ventana. Fue un pájaro pequeño del que no puedo decir más. No se enredó, como a veces le sucede a los pájaros confusos con el camino que siguen al huir. Parecía estar acostumbrado a entrar y salir por el estrecho hueco de la ventana.

Hay una vida matinal que transcurre en mi casa mientras yo padezco los quebraderos de la oficina, que pudiera ser la de un pájaro que visita a la planta, que está interesado en la poca, humilde tierra que aloja la maceta donde crece, sin aspavientos, el anturio. Y el pajarillo, la habitualidad del pajarillo a habitar un espacio que yo no ocupo por las mañanas, me concede una contingencia tranquilizadora. Yo soy la bellota(*) de Berkeley(**) que existe durante el fugaz instante en que me ve el pajarillo.


(*) ¿Era una bellota?

(**) ¿Era Berkeley?

Comentarios

  1. Ecología filosófica, un camino a explorar.

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  2. Vaya por delante que la foto no le hace justicia al anturio.
    Gracias por el comentario

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