Informe sobre lecturas y leer

 La semana pasada y la anterior, en sendos fines de semana, me pegué una maratón de pantalla de ordenador viendo, en versión original con subtítulos en inglés, a veces, una serie llamada Dirk Gently, Agencia de detectives holística. 

Este Dirk Gently es un personaje de un autor, inglés, con mucha gracia llamado Douglas Adams. Tiene otro libro, también trasladado a película, muy famoso, que se llama Guía del autoestopista galáctico. Estos de Gently son en realidad una serie de hasta tres volúmenes.

Había leído uno de los libros  de Adams sobre Dirk Gently, y creía que lo había comprado en librería, pero por más que lo busqué no lo encontré por la casa –a lo mejor no lo busqué tanto, a lo mejor se lo regalé a mi hermano–, pero luego eché mano a la caja mágica y me bajé un epub.

 Recordaba la portada, así que sí, había leído aquel libro, pero no podía recordar que se pareciera lo más mínimo a la trama de las dos temporadas de la serie que acababa de ver. No es extraño si pienso que tampoco recordaba en absoluto de qué trataba el libro.  Vagamente algunas imágenes me venían a la memoria, pero deshilachadas, sin formar historia. Así que lo leí. En efecto, no recordaba más que fugaces imágenes, pero en absoluto recordaba haber desentrañado los enmarañados hilos de aquel misterio que se nos propone, o que se le propone al personaje, resolver. 

El personaje denomina a su método  holístico porque no sigue los patrones clásicos de la investigación criminal: pistas, deducciones, hipótesis, comprobaciones. Como se dice vurgarmente, todo lo fía a azar. Es decir, su método de trabajo es observar y descubrir relaciones y coincidencias y tirar de esos hilos. Así, muy a menudo, el caso que se le propone no es el que investiga sino el causante de descubrir que hay un enigma aún mayor relacionado con él y al que nadie hasta ahora parecía prestarle atención, ni siquiera, hasta ese momento, el lector. 

En esta novela, por ejemplo, hay un asesinato –nada grave, el muerto se levanta inmediatamente hecho un fantasma– y la policía sospecha de un amigo del muerto. Por azares del autor-destino, este  personaje (el amigo del muerto) viene a dar con Dirk, un viejo compañero de la universidad al que ya había casi almacenado en el cuarto trastero de la memoria. Dirk promete ayudarle, y, en efecto, consigue exculparle, pero simultáneamente da con extraordinarios sucesos que llaman su atención y que al final tienen que ver con entidades extraterrestres que llevan muchos siglos atrapadas en la tierra, con profesores chiflados y con máquinas del tiempo que son utilizadas para que un falso truco de magia salga bien, (y para que, afortunadamente, en esta variante de la existencia exista J.S. Bach), entre otras cosas. 

Disfruté mucho de esta lectura, que, como aportación, me descubrió al poeta inglés Coleridge, o más concretamente su poema Balada de un viejo marinero  (una de las posibles traducciones, por lo visto) en torno al cual está construida la trama de la novela. 

Acabada esta interesantísima lectura, me quedé en seco. Es decir, no tenía ningún libro en perspectiva, ningún nuevo autor o historia o ambiente llamaba a la puerta con más o menos insistencia. Me veo saliendo yo mismo a la puerta a mirar a ver si viene o no viene alguien/algo a indicarme una pista sobre qué libro se me va a apetecer leer a continuación. 

Tengo que decir que me refieron a los libros que leo cuando paseo al perro. Sin duda la lectura más importante y más continuada. En casa ya prácticamente no leo. Entre la televisión, la siesta, la comida, y las salidas a caminar o a pasear con el perro, no tengo tiempo para leer. Ahora he desarrollado otro hábito que es el de salir a caminar al menos durante una hora al día, y, naturalmente, llevo libro. Ya han caído dos o tres en esta sección, el último que tengo entre manos es uno de Henry Miller, Primavera Negra. Forma parte de una especie de trilogía coplementada con Trópico de Cáncer  y Trópico de Capricornio. El primero lo releí hace algunos, pocos, años, el segundo recuerdo haberlo leído, pero no recuerdo en absoluto su contenido. Nunca leí Primavera Negra.  El estilo es muy distinto de aquellos dos, que es narrativo, es decir, allí se cuentan cosas, sucesos, las correrías del personaje por una ciudad, sus encuentros con gente, sus dificultades para pagar el alquiler o almorzar.

Primavera… es otra cosa. Es más un ejercicio poético, sin intenciones narrativas, más bien expresivas, expansivas, explosivas, un desbordamiento de imágenes que se van secuenciando, manteniendo más o menos un tema o un tono o una tonalidad, como en las composiciones musicales. Porque, lo mismo que de las composiciones musicales, solo podemos escucharlas y disfrutarlas o no, es decir, no podemos explicarlas, razonarlas, eso mismo se puede decir de estos textos que componen Primavera Negra. Pese a que están escritas con palabras y frases coherentemente hiladas, gramaticalmente correctas, no así, muchas veces, las imágenes, a veces muy extrañas, contradictorias, imposibles, oníricas. 

Temo el momento en que termine este libro y tenga que escoger otro. Aunque los libros estos son un poco una excusa para caminar sin levantar la cabeza, y cualquier cosa me puede valer. Casi no los considero lecturas reposadas sino vistazos con vistas a decidir si vale la pena sentarse (es un decir, ya casi no leo sentado) a leerlos. Candidatos hay, muchos, algunos más cómodos y otros menos, para ser llevados en brazos alzados hasta la altura de los ojos mientras ando a paso acelerado. Valga por un complemento de ejercicio de brazos que se le suma al de los pies y al de la mente. (mens sana in corpore sano  en práctica contante y sonante).  Ya digo, estas lecturas, a veces, las considero de relleno, algo así como ir adelantando trabajo. Cuando caminas la mente está más oxigenada, debe ser, y te tragas cualquier cosa sin que te pueda el sueño o el aburrimiento, o, al menos, ofreciéndole más resistencia.  

En cambio las lecturas con el perro son mucho más reposadas. Son el verdadero momento lector del día (si eximimos el del retrete, que es más concebido como una lectura a largo plazo. A tan largo plazo como las mil páginas de Viaje a occidente o las vaya usted a saber cuántas de la Biblia). Esa es la que me va a dejar el alma dispuesta para afrontar el resto del día y si está bien escogida (más que escogida, si ha caído una adecuada) promete unas semanas, lo que dure el libro, de relativo reposo espiritual.

Los libros que me impresionan provocan una crisis lectora cuando los termino. Me quedo en una especie de pasmo tratando de encontrar el siguiente. En cambio paso largas temporadas encadenando libro tras libro indiferente sin cuestionarme por qué los he escogido ni casi por qué los leo.  Cuando un libro te ha interesado, es porque ha conseguido trasladarte, meterte dentro de su ambiente, sacarte del mundo. Con frecuencia me suele ocurrir que en unos de esos paseos lectores, de pronto levanto la cabeza y me sorprendo tratando de averiguar dónde estoy y casi espantándome la transición tan enorme que hay entre donde se encontraba mi mente hace un segundo y dónde se encuentra ahora.

 Cuando lo terminas, parece que hubiera una inercia, un deseo de continuar y eso te sugiere, si los tienes a mano, nuevos títulos. Suelo seguir esas sugerencias , mi selección de libros es bastante holística, recordando de nuevo a Dirk Gently. Pero a veces ocurre que no tienes esas sugerencia o bien no tienes a mano los libros sugeridos, o, más que sugeridos, suficiente muestra para que destaque el elegido con un brillo especial. (Sí, voy a la estantería y miro a ver cuál es el que levanta la mano, el que hace un gesto peculiar, el que tiene un nombre o un título que llaman,  el que tiene un ánima que encaja con lo que no sé definir que siento  que deseo leer a continuación)

A eso le llamo crisis porque si se alarga la indecisión, o la desgana, o no me llega esa indiferencia de leer sin más ni más,  siento que podría dejar de leer, que podría perder esta maravillosa necesidad de tener siempre la mente metida entre letras. Porque esta capacidad no es voluntaria, sino sobrevenida, como cualquiera de las funciones corporales, por ejemplo los sentidos y uno nunca está seguro de que un día u otro no le vaya a faltar alguno. De todos, si pudiera elegir, preferiría que el último que se me apagara fuera el de necesitar leer.    

Pero la crisis, en un momento u otro, acaba. Surge luminoso en el horizonte un nuevo sol. Tal vez al principio sin advertirlo, distraído en mis miserias. Pero ocurre que un día pillas uno cualquiera, que escoges desganadamente, justo en el último momento antes de ponerle la correa al perro, o atarte las zapatillas, y  después de leer las dos primeras páginas te dices, “esto está bien”. Si al llegar a casa ya estás pensando en la salida de mañana, es que lo has encontrado.

Pues ahora estoy esperando eso. Algún guiño tengo con un Lazarillo del Manzanares, que la literatura del siglo de oro nunca falla, y menos la literatura de picaresca. Pero aún no lo sé. Todavía estamos empezando. 

Comentarios

  1. Corto. Todavía es corto. Más largo. Más tiempo. Más dejarse ir por las ramas. Menos prisa por acabar. Más propósito. Pero siempre de un tirón. Nada de planificar, ordenar, medir, evaluar. Nada de pensar en el lector. No necesita lector. Solo es.

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  2. Cuando leo a Henry Miller me siento como un niño repeinado, vestido de marinerito, camino de la primera comunión. Me siento muy convencional frente a un tipo así. Me da envidia.

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