Un te quiero inesperado

Siempre con el afán de mantener este blog en mi nómina de blogs recientes incluyo este relato que escribí, según parece, en 2014, y que tiene muy buena pinta. 

 Quedé con una mujer por internet. En una de esas secciones de contacto para procurarse sexo inmediato y sin compromisos.  En un bar que está en la esquina de Manuel Ventano con Leonardo Rancio. No sé quién es ninguno de los dos. La cafetería hace esquina exactamente entre nadie y ninguno. Me senté junto al  ventanal, en una mesita para dos y me dispuse a esperar pidiendo un coñac con un café. Eran las cuatro de la tarde. A esa hora yo siempre hago siesta. Mi señora se extrañó de que tuviera que salir. Le puse una excusa con el trabajo. Algo que tenía que terminar o el puto jefe me estaría echando la bronca toda la mañana. Me cambié de camisa y eso también le extrañó. No me eché colonia porque eso ya la hubiera hecho alzar las orejas y empinar el rabo. Salí con remordimientos, y con miedo. Soy un cobardica para estas cosas. Por eso lo del coñac. No suelo tomar coñac, me sienta mal, me irrita el tubo gástrico. Pero es el único alcohol fuerte que soporto. Los otros me provocan arcadas. Necesitaba algo fuerte. Me tomé el café mientras me pensaba lo del coñac.

La mujer llegó a su hora. Pero se sentó en otra mesa. Nos miramos. Dejé mi libro bien a la vista. Ella tenía que haberlo visto. Por si no, lo cogí de la mesa y simulé leer. Me oculté detrás del libro. Entonces oí su voz: “Estás leyendo el libro al revés, idiota”. En efecto, era ella.  Bajé el libro y ahí estaba. La otra mujer, la de la mesa de enfrente, seguía en su sitio. Ella estaba aquí, de pié, frente a mí, que aún seguía sentado. Sonreía y me miraba. Me levanté torpemente. La besé. Entonces ella manifestó una cierta timidez y eso me envalentonó un poco. Se sentó. Bromeamos. Recordamos nuestras charlas por internet. Estuvimos hablando un buen rato. Tal vez dos horas. Ella se pidió directamente una cerveza. Cuando terminé con el coñac y el café yo hice lo mismo. Tres cervezas después ya imperaba la suficiente confianza. ¿Qué hacemos?, preguntó ella. Y yo le recordé que habíamos hablado de un hotel. Ya lo tenía todo arreglado. Había reservado una habitación por la mañana, desde la oficina. Entonces vamos, dijo. Nos levantamos y ella me esperó a la puerta mientras yo pagaba.  

El hotel estaba cerca. Yo pasé primero y le recordé al recepcionista mi reserva. Mostré mi carnet. El recepcionista la miró a ella y yo no sé cómo me las arreglé para hacerle un gesto. Desistió de pedirle a ella ninguna documentación. Me dio la llave y subimos en el ascensor. Allí nos besamos por primera vez como Eros manda. También me di cuenta de que yo era más alto que ella y de que cuando me besaba tenía que mirar para arriba. Me sentí un John Wayne.

Nos estuvimos viendo tres meses. Una vez por semana. Ella dijo, los jueves, pero yo los jueves tenía compromiso. ¿Los viernes?, los viernes imposible. Los miércoles entonces. Los miércoles estaba bien. Resultaba un día raro. Yo expliqué en casa que a partir de ahora íbamos a tener que trabajar los miércoles. De hecho iba a la oficina un rato los miércoles. No quedaba demasiado lejos de la cafetería. Allí la esperaba y luego nos íbamos al hotel.

Resultaba raro que nos viéramos así, un día por semana, sin saber nada más uno del otro. Pero por otro lado estaba bien.  Aquellas tres horas resultaban realmente especiales. No follábamos todo el tiempo. Al principio sí, pero luego fue menos carnal y más “afectuoso”. Nos metíamos en la cama y nos acariciábamos, leíamos, charlábamos y de pronto ya era la hora de marcharse.  Yo realmente vivía para ese día.  Por las noches solíamos hablar por el chat. Nunca comentábamos nada de ese asunto. Hablábamos de libros, de política, del trabajo. Bromeábamos. 

Un día llegó nerviosa. El marido sospechaba algo. Teníamos que dejar de hablarnos por las noches, por el chat. No es que sospechara que nos veíamos, pero no le gustaba que ella tuviera “un amigo especial” por internet.  Eso, decía, llevaba luego a otras cosas. Y ella se asustó. Pensó que era una insinuación de que lo sabía. Así que dejamos de hablarnos.

Esto me provocó cierto malestar. Era desesperante no saber nada de ella durante toda la semana. Y los fines de semana empeoraba a desquiciante. Me salía de casa a caminar y me paseaba por la cafetería a simular leer el periódico por si ella se le ocurriese hacer lo mismo. No tuve más remedio que admitir que sentía algo por ella. Quiero decir, que me enamoré, es decir, lo estropeé.  Ya no se trataba de un juego, de una simple transacción afectiva como lo habíamos calificado alguna vez, antes de que empezara todo. Ya no disfrutaba. Se convirtió en una necesidad. En casa me cambió el humor, estaba irritable y silencioso. Mi mujer empezó a sospechar que algo me pasaba. Yo eludía sus preguntas.

Un día no pude reprimirme y se lo dije. Ella estaba leyendo una traducción de Walt Whitman hecha por León Felipe. A veces hacíamos eso, leernos textos y comentarlos. Ella detuvo la lectura y me miró. Fue una mirada terrible. Duró una eternidad. Solo le había dicho “te quiero”.  No me parecía tan grave.  Me miró un buen rato en silencio. Yo esperaba como un perrito un gesto suyo para saltar y mover el rabo. Ella se quitó las gafas, me besó, pero en la frente, luego salió de la cama y se vistió lentamente. Yo la observé todo el rato sin decir nada. Cuando terminó de vestirse cogió el bolso que estaba tirado a un lado de la cómoda –siempre hacía eso, tirarlo donde cayera, al entrar-, me miró una última vez y luego se fue. 

Me quedé allí desnudo, sentado al borde la cama, mirando la pared. Era una pared blanca. Normal. Con un cuadro abstracto en medio. Sin significado, solo líneas y colores. Afuera llovía.

Comentarios

  1. Está cojonudo. Como diría alguien que yo me sé, es tremendamente "efectivo". El lenguaje, el ritmo, todo funciona como un reloj suizo y yo por lo menos lo he leído como si me estuvieran contando algo absolutamente real. Me ha encantado el nombre de las calles al principio y ese "La cafetería hace esquina exactamente entre nadie y ninguno." Me pasó, eso sí, que al principio del penúltimo párrafo "Un día no pude reprimirme y se lo dije. " pensé que el narrador/protagonista seguía hablando de su mujer, tardé un poco en caer en la cuenta. Gracias¡

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  2. Muy bonito. También me pasó lo que a Juanjo, creí que la confesión iba dirigida a la esposa, hube de volver atrás dos veces para deducir lo que había pasado.

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    1. El anterior mensaje es de Carlos, entré con cuenta errónea.

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  3. Aunque no es intencionado, creo que me gusta que el lector se confunda y tenga que volver atrás para confirmar. Yo, claro, no me había percatado de eso, metido como estoy en la narración no lo veo desde fuera. Gracias por mencionarlo.

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