Bares para mear

Nunca hubiera entrado en un bar como ese. Entré en el bar por las ganas de mear. Pedí un cortado y me fui al baño, que apestaba. Traté de no tocar la puerta. Traté de no tocar con nada. Era un baño muy estrecho. El piso estaba empegostado. Le di un golpe al botón del grifo y soltó una meada de agua. Salí y pagué el cortado sin tocarlo. Dejé propina. No quería tocar el cambio. Los tipos que estaban en el bar, tres o cuatro, me miraron, parando lo que se estaban diciendo. Al salir comprobé, para nada, si había más bares. No había sino aquel.

Nunca hubiera ido a un barrio así. Había ido porque el Chito había quedado conmigo por allí. Nunca había estado. Un barrio con toda la pinta de que lo había hecho el patronato. Bloques de tres pisos pintados de color anaranjado, soltando polvillo todo el rato y muy estropeados. Había parterres grandes entre las casas, para nada. Para que cagaran un montón de gatos con cara de subnormales. Montones de esos gatos con los ojos cambados de tanto follar primos con hermanos. El viento me enredaba bolsas en las piernas. Había remolinos también, de porquerías, y unos tablones de mala muerte tapaban las puertas de los pisos bajos abandonados. Pero ya se ve que para nada. Había muchos quitados, y boquetes. Seguro que dentro había jacosos a montones.

Nunca hubiera quedado con un tío como el Chito. Son de esos tíos a los que se le pegan los problemas, que lo enredan todo. Pero no quedaba otra, era como las ganas de mear, si estás apurado hay que bajarse la bragueta y soltarlo como puedas. De pequeño el Chito era de los cabrones que le hacían putadas a los gatos y a los perros que trincaba. Había tres o cuatro que se juntaban con él y que también eran unos cabrones. Mi madre me decía que no anduviera nunca con ellos. De buenas a primeras se fueron del barrio y se vinieron a estas casas.

No lo había vuelto a ver hasta ese día. Pregunté por él. Me costó localizarlo. Cuando preguntaba había gente que no sabía y otra que está claro que sabía pero que tenía miedo de decirme. Con un número de teléfono yo tenía suficiente pero no había manera de que nadie me lo diera. Al final uno que anda con él se enteró de que lo buscaba y fue casa de mi madre. Esperó fuera a que yo llegara. Sabía que si le dejaba el recado a mi madre ella se iba a hacer como que lo había olvidado. Era un tipo que estaba con unas cholas viejas, apestosas. Se estaba comiendo, nervioso, las uñas de las manos cuando lo vi sentado en un escalón del portal de casa de mi madre. Me dio un papelucho asqueroso y arrugado en el que había apuntado un número de teléfono. Al lado del número no había escrito nada más, ni siquiera un nombre. Tuve que esperar a que se secara el sudor del papel antes de poder estirarlo bien y apuntar el número en mi móvil. Iba a tirar el papel. Pero me di cuenta y guardé el papel y borré el número del móvil. Era preferible guardar aquella asquerosidad y no tenerlo en el móvil.

Hacía quince años que no veía al Chito pero cuando apareció sabía que era él aunque estaba gordo y medio calvo. Desde que lo vi sentí lo mismo que cuando de chico oía el ruido de los perros que se llevaba detrás del bloque.

--Hola, tío. Cuánto tiempo. -Creo que me dijo. Y creo que me extendió la mano. Y creo que no encontré una manera para no darle la mano.

--Hola. Hola.

No sé qué más le dije, no me acuerdo, para saludarnos. Sí que me acuerdo que en seguida le dije:

--Mira, hay un tío que me estorba.



 

Comentarios

  1. Un experimento. Una indagación en lo negro, un poco flonfi, de efectos. Lenguaje sin ornamentos, palabras repetidas a mansalva. He leído Mis amores y otros animales, de Paolo Maurensig, con cuentos de violencia sobre animales incómodos de leer y que en tres líneas definen al personaje que lo perpreta como maligno. También acabo de leer el comienzo de la segunda novela frustrada de Lampedusa y un personaje maltrata a su caballo lo que lo define mejor que si ocupara tres páginas (que después también ocupa) en decirnos qué clase de tipo es. Así que probé.

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