Académicos y diletantes

El sedentarismo es lo que construye mundo. El quedarse en un sitio, establecerse y enfrentarse a los peligros es lo que construye mundo. El nómada no es el valiente que recorre los caminos enfrentando peligros. Lo que hace realmente el nómada es huir de forma permanente de los peligros, de las fieras o los otros nómadas tan peligrosos como ellos mismos y por los mismos miedos, entre ellos el miedo a ser atacados, como ellos los atacarían preventivamente si pudieran.

El nomadismo es el estar en permanente alerta, en permanente huida, con miedo permanente al entorno permanentemente desconocido porque no se ha profundizado lo suficientemente en él para conocerlo.

El nómada que siempre está de paso no tiene la tranquilidad de conciencia de pararse, sentarse en una piedra y mirar alrededor. Siempre teme el ataque, siempre está en postura de defensa.

Culturalmente el nómada es el diletante. El que explora mundo, pero no tiene la paciencia de quedarse a profundizar en un tema. Porque siempre hay otro que le atrae, y cuando va hacia al otro piensa en el primero que ya empezó a conocer y que se está perdiendo. El diletante es el asno aquel que no se decidía a comer de ninguno de los dos montones de pienso y terminaba muriendo de hambre. Es decir, no sabiendo nunca nada a plena satisfacción. Ansiándolo todo. Saltando de un tema a otro como la bola del viejo pinball, dando campanillazos  de alegría con cada nuevo, efímero, superficial conocimiento. Hay tanto que conocer, piensa, por qué voy a demorarme en una sola dirección.

En esa única dirección va el sedentario cultural, el académico. Se aferra a una idea, a un objetivo y la sigue hasta que la agota. Hasta que lo sabe todo y hasta crea nuevo conocimiento sobre el tema. No hay ser humano perfecto, también algunos sedentarios se cansan del lugar y se mudan tras varios años, cuando ya se conocen demasiado el contorno y sienten esa necesidad, esa llamada de los ancestros, supongo, de moverse y ver nuevos mundos. Estudiar nuevos temas. También los académicos se mueven, pero a un ritmo menor y después de haber agotado el campo, al menos, agotado su curiosidad por todos los detalles del campo que les rodea en ese momento. Entonces se mudan.

El diletante no, el diletante picotea, pero nunca agota. Y por eso repite sin acordarse que ya estuvo allí. No aprende, el dilentante, sabe, circunstancialmente, hasta que pasa a otra cosa y olvida. Algo irá quedando, depositándose en el fondo, de conocimiento, de sabiduría, pero es inadvertido. El diletante no quiere saber, quiere descubrir, aunque sea lo mismo que ya descubrió antes y que ya olvidó. Tal vez tiene miedo de no ser capaz de comprender a fondo. Tal vez, simplemente no quiere conocer a fondo y descubrir el fondo de semejanza que tiene todo, que le privaría del placer de la novedad en lo nuevo.

El diletante es inseguro, temeroso, no sabe nada aunque sabe de mucho; duda, sugiere, cree recordar. El académico es lo contrario, pontifica, asegura, establece categóricamente, y si no, pues es otra cosa, pero habrá que demostrárselo contrastadamente. Puede cambiar de idea y cambiará categóricamente, como se da vuelta una moneda. El dilentante mantendrá las dos, por si acaso, y alguna más, si la hubiere.




Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Odisea del perroflauta

Suite francesa, de Irene Némirovsky

Reflexiones con Greta