Juan sin miedo.

Elimino los blogs de mi lista de blogs invitados cuando tienen más de seis meses desde su última actualización.  Este ya lleva tres. Por esta razón rebusco y encuentro este relato que escribí durante el curso con Alexis. En esa época estaba leyendo seguramente los cuentos de los hermanos Grimm y, seguro, también estaba viendo la serie de Fernando Fernán Gómez Juan Soldado.


Tema: Variación de un cuento popular. Juan sin miedo de los hermanos Grimm.
Título: Juan sin miedo.
Autor: Ricardo Pérez.


En el sueño ascendía por una escalera muy estrecha. En lo alto estaban las campanas. Su cometido era tañerlas, pero entre las campanas y él una blanca figura le interrumpía el paso. Juan le hablaba a la figura pero esta no respondía, entonces arremetía contra ella. El miedo le hacía gritar y despertaba.
-¿Has tenido otro sueño? – preguntaba la princesa.
-Si, otra vez. Subía por una torre, tenía que tocar las campanas. Pero había un fantasma.
-Estabas roncando. Respiras mal. Por eso tienes pesadillas –replicó ella.
-Seguramente.
Y se volvieron a recostar. El sueño volvió enseguida. Ahora estaba junto a un patíbulo. Siete hombres colgaban de las sogas. “Aprendiendo a volar” se decía a sí mismo. Los cuerpos bailaban en el aire. Se balanceaban y chocaban unos con otros. Le hacían gestos llamándole. “Ven Juan, ayúdanos a bajar, tenemos frío”. Juan estaba paralizado, esta vez apenas podía gritar. Despertó de nuevo.
-¿Y ahora qué? – dijo la mujer.
-Un patíbulo. Siete hombres casados con las hijas del soguero aprendiendo a volar. – murmuró él aún medio dormido
-¿Qué? – se extrañó ella
-Nada. Otra vez.
Ella volvió a dormirse enseguida. El permaneció despierto algún tiempo. Pensaba en su padre, en su hermano. En lo que sería de ellos. Aún mantenía la promesa.
El fuego crepitaba. Sin embargo sentía frío. Entonces se oyó un tremendo ruido que no podía localizar ni dentro de la habitación ni fuera de ella. Algo cayó en la chimenea haciendo salpicar de centellas el fuego. La parte inferior de un hombre salió de la chimenea y se puso a bailar. Luego cayó la mitad superior, rodó hasta los pies danzarines y se alzó hasta encajar un cuerpo entero. Juan miraba sin emitir sonido. Quería hacerlo pero no podía. Más cuerpos cayeron. Hasta siete hombres de facciones horribles se completaron en el salón del castillo. Con unas calaveras y unos huesos jugaron a los bolos. Entonces uno de ellos vio a Juan. Todos le llamaron “ven, juega con nosotros, apostemos” decían. Juan hacía esfuerzos por gritar pero no le salía ninguna voz.
Ahora volaba encima de una cama. La cama recorría pasillos, subía escaleras, atravesaba amplios cuartos vacíos. A cada momento parecía ir a estrellarse contra una pared.
Despertó en el suelo. La princesa le llamaba.
-¿Qué haces ahí? ¿Te has caído?
-No lo sé. Volaba en una cama – contestó él algo confundido.
-Ya veo –respondió ella irónicamente.
Trepó hasta la cama y se volvió a acostar. Pero se levantó y se paseó por la habitación. Ella siguió durmiendo. En él las pesadillas eran habituales. En particular los jueves, que tenía tertulia. Bebió un poco de agua y regresó a la cama.
Los seis hombres entraron con paso solemne. Depositaron el ataúd en medio del salón. El se acercó a ver el interior. No había nadie. Entonces se acostó. Al darse la vuelta descubrió el esqueleto de la princesa en traje de bodas durmiendo junto a él. No tuvo miedo. Desde fuera oía su propia voz: “Sueñas”. “Sueño” dijo y acarició la calavera que lo miraba y sonreía. Siguió el camino trazado por la barba del viejo hasta el oscuro sótano. El viejo estaba de espaldas sosteniendo una enorme hacha.
-Era tu padre –le dijo a la princesa.
-¿Mi padre? ¿Con barba? ¿Y qué pasó entonces?
-Me retó a una prueba. Yo tenía que partir aquel enorme yunque con mi hacha. Pero lo que hice fue salir volando y cortarle la barba –continuó él.
-Eso tiene que significar algo. La castración del suegro o algo así –interrumpió la princesa.
-No me interrumpas –le recriminó él –que luego se me olvida todo. Entonces comencé a golpearle con una barra de hierro hasta que el viejo me suplicó por su vida.
-¿Y entonces te prometía a su hija, o sea a mí, en matrimonio? –volvió a interrumpir ella.
-No, me reveló el secreto del castillo. Los tres cofres. El tesoro.
-Entonces, en tu sueño somos ricos –dijo ella falsamente exaltada.
-No, cuando iba a abrirlos me desperté.
-Pues vuelve a dormirte rápidamente y luego me cuentas.
Pero Juan le hizo notar que ya amanecía y calló discretamente.

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho, camarada! Con mucha imaginación, toques de intriga, de humor y una acción trepidante. He dicho.

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