El placer de releer a Borges (fragmento)

Mientras recopilaba el material para la elaboración de Leer a J. L. Borges (Mercurio, 2019), me di cuenta de que la figura de Borges me ha acompañado durante buena parte de mi vida, desde aquella especie de revelación que tuve al leer “El inmortal” en mi último año de estudios universitarios. 

Desde entonces, y siempre que las circunstancias me lo han permitido, lo he tenido presente como un modelo literario, casi hasta el límite de rayar en lo obsesivo. Los libros de y sobre Borges me han acompañado ya en varias mudanzas (los suelo poner en primer lugar en las cajas en las que traslado mi biblioteca), como una especie de talismán, y ya consiguen llenar unos cuantos estantes de mi cuarto de estudio, que amenaza con convertirse en una “biblioteca de Babel”. 

Siempre tengo sus libros detrás de la mesa en la que me dedico a emborronar páginas en blanco, como si fuesen los de un santo patrono que vigilara mis pasos literarios por un “jardín de senderos que se bifurcan”.  

Durante años he tratado de conseguir cualquier publicación que llevase su nombre o que hablase sobre su legado literario (ya he mencionado que las ediciones y los estudios de su obra se multiplican casi como hongos). Incluso existen libros específicos, revistas especializadas y tesis doctorales dedicadas únicamente a dilucidar la inmensa bibliografía sobre Borges.
Cada vez que entro en una librería, tengo que contener seriamente mi ansia acumulativa, para no seguir amontonando libros sobre Borges que no sé si voy a tener tiempo de leer algún día. 

He intentado volver una y otra vez a sus textos bajo cualquier excusa, tratando de actualizar lo que más me gusta de ellos, de encontrar nuevos significados a los que ya conocía, de conectarlo con otros autores en los que veo su influencia (el caso de Ricardo Piglia, por ejemplo), como si me hubiese perdido para siempre en uno de sus  laberintos imposibles. 

Siempre que la ocasión me parecía oportuna, lo he mencionado públicamente en talleres, en charlas y en presentaciones de libros, como un ejemplo paradigmático de simbiosis entre literatura y filosofía. 

También como un modelo encomiable de escritura cristalina, en la que no parece faltarle ni sobrarle una coma: alterar una letra de un texto de Borges es lo más parecido a romper una armonía implícita, a destruir la frágil consistencia de un castillo de naipes.

He utilizado su obra como pretexto para realizar varios trabajos académicos que, por inabarcables, nunca han estado a la altura de las expectativas iniciales. Aprovechando cualquier conmemoración o efeméride, he escuchado numerosas conferencias sobre su vida y su obra, como una forma de mantener viva la llama de su influencia. 

Con las posibilidades que abrió el mundo de la red, me ha resultado mucho más sencillo localizar artículos olvidados, opiniones de diversos especialistas, charlas, revistas, libros descatalogados, clases magistrales, entrevistas, foros de seguidores, documentales y versiones cinematográficas de sus textos. 

Cuando me he encontrado con otro admirador de su obra (algo que ocurre con bastante frecuencia), le he interrogado por su texto favorito, por el origen de su afecto, por su último descubrimiento: una forma de establecer un vínculo entre lectores que han bebido de la misma fuente, la especie de complicidad que comparten los miembros de una cofradía o de una hermandad.  

Para tenerlo aún más presente, he llegado al extremo de convertir a Borges en protagonista de alguno de mis relatos, en el que era yo, y no Alberto Manguel, el que iba a visitarlo por las tardes a su piso de Buenos Aires, para leerle textos de Chesterton o de Stevenson, de su apreciada Enciclopedia Británica

Por mucho que trato de buscar un caso como el de Borges, en lo que se refiere al influjo que ha ejercido sobre mi trayectoria literaria, lo cierto es que no encuentro ningún caso semejante: por supuesto que existen otros autores que también han tenido una gran influencia (pocos, la verdad, contados con los dedos de una mano), pero ninguno con la perseverancia con la que lo ha hecho Borges.  

Después de todo este tiempo leyendo, indagando, recopilando, lo único que me ha quedado claro es que Borges constituye uno de esos universos literarios en los que merece la pena perderse. 

Creo no exagerar cuando digo que por mucho tiempo que uno dedique a investigar cualquier aspecto de su vida o de su obra, siempre va a tener la impresión de que es mucho más lo que le queda por descubrir que lo que ya ha conseguido averiguar.

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