Dos películas

Ayer fui a ver dos películas del festival de cine. En busca del Oscar, de Octavio Guerra, y Un hotel junto al río, de Hong Sang-soo. De ambas salí contento, como de haber acertado en la elección.

La primera es algo así como un falso-verdadero documental-biopic de un curioso personaje, crítico de cine, cuyo método para analizar las películas consiste en observar el cartel, valorar la sonoridad del título y el nombre de los actores, todo menos ver la película. Según dice el personaje, Oscar Peyrou, es la forma más objetiva de valorar una película, porque si la ves y la juzgas a partir de haberla visto, está interviniendo demasiado en ese proceso tu apreciación subjetiva.  En efecto, parece una burla, pero es completamente cierto. El personaje existe y es conocido y, lo que es más raro aún, apreciado y valorado por los expertos del cine, al menos eso nos muestra la película. Le vemos viajar a los más variopintos festivales de Europa y América, incluida Canarias –el propio Oscar Peyrou presentaba la película junto al director– y alternar con los organizadores, presidir jurados o impartir conferencias.
La película es, como dice una personaje de la otra película que vi, que hablaba de un director de cine: ambivalente. Ya en la presentación el propio Oscar nos dice que no hay que creerse todo lo que aparece reflejado ni tampoco dejar de creerlo. Y el director nos la presenta como una crítica al ambiente del cine, aunque luego se entusiasmó y lo extendió a una crítica política y social. A mí esta parte me pareció un poco omniabarcante. Lo que yo vi fue a un personaje que me pareció muy solitario y bastante pícaro. Muy honesto, que no se cortaba en responder que no había visto ninguna de las películas del festival y que hacía severos reproches al gremio de la crítica cinematográfica.  Y en ese sentido me pareció una parodia. Pero por otra parte el personaje es real, y se mueve entre los ambientes cinematográficos con absoluta soltura, y no solo eso, con bastante prestigio o al menos aprecio por parte de los otros críticos o editores de revistas especializadas. Nadie parece tomarlo a broma, a molestia o dudar de la sinceridad de sus absurdas teorías sobre la crítica cinematográfica objetiva. Además el personaje también tiene una historia, digamos, trágica. Es un exiliado de la política, es decir, estuvo encerrado en la cárcel, en Argentina, donde era periodista, y huyó de allí. En la película se le ve muy desamparado, siempre solo en los hoteles en los que reside cuando acude a los festivales. Todo eso él lo lleva con un estilo y un ironía admirable. Uno no sabe muy bien si es un pirado o es un tipo que ha alcanzado una especie de sabiduría esencial. Y me inclino más por este lado.
La película, por lo que tiene de documental y de repetición –estancia en hoteles, el entorno de los festivales, su casa en Madrid–, puede resultar un pelín larga, pero el personaje la llena con suficiencia simplemente mirándolo deambular por ahí, escuchando de forma residual las charlas que sostiene aquí y allá con otros críticos, o con la taxista en Whasington, algunas muy graciosas por absurdas, como la que tiene con un director de cine canario (Gregorio...), etc.

Un hotel junto al río es casi exactamente eso, una película sobre unos personajes que se alojan en un hotel junto al río. Si me ha gustado ha sido exactamente por ese hotel y ese río nevado. El paisaje y el ambiente de la película más que la historia en sí, que casi no es historia.
Un escritor que se aloja en el hotel llama a sus hijos que hace tiempo que no ve. Ellos vienen. Hablan de sus cosas, del tiempo pasado, de los por qués. El padre les revela que tiene la impresión de que le queda poco tiempo de vida, aunque no se encuentra, aparentemente, enfermo. Por otro lado hay unas mujeres en otra habitación, una de la cuales ha sufrido un revés amoroso y la otra ha venido a acompañarla y consolarla.
El hombre es poeta, y es conocido, porque en varias ocasiones vienen a pedirle autógrafos; las propias chicas lo reconocen cuando el hombre las saluda y les explica que se había quedado dormido y al despertar había visto de pronto todo blanco porque había caído una nevada, y ellas dos estaban en medio de la nieve y le había parecido que formaban una imagen muy bella. Al final le recita un poema que compuso precisamente a causa de ese encuentro (un poema que para mí no tiene ni pies ni cabeza ni relación ninguna con las mujeres ni el paisaje que tanto le fascinó, por cierto)
No hay mucho más. Algunos enredos o equívocos entre el padre  y los hijos –los hijos esperan al padre en un lugar mientras el padre los espera en otro y cosas así–; relaciones azarosas que unen a los dos grupos –el coche en el que llegan los hermanos parece ser  el mismo coche una de ellas tuvo en otro tiempo y con el que tuvo un accidente, y por otra parte una de ellas conoce a uno de los hijos que es director de cine, el que hace un cine ambivalente –; conversaciones sobre los temas que les preocupan y que han de ser resueltas; y al final la muerte efectiva del padre. Eso es todo. Absolutamente irrelevante, a mi juicio, frente a lo que verdaderamente impresiona de la película que es ese lugar remoto: un pueblecito junto a un río en invierno, un hotel algo apartado y muy tranquilo.

Comentarios

  1. Esta entrada me parece magnífica, incluso no habiéndola leído. Estoy perfectamente de acuerdo en las valoraciones que haces sobre la trama de la película de las ballenas y apreciaciones cobre la actuación del actor secundario que hace de cura en la tercera película que comentas.

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