El último día de Terranova

Lo primero es lo primero, en cuanto empecé a leer el libro me sobrevino la idea de que Manuel Rivas sería nuestro siguiente premio Nobel. No sé por qué ni por qué no se conceden los premios Nobel, pero Manuel Rivas no desmerece a ninguno de los pocos premios Nobel que he leído. Y tiene ese tono que, hablando de una mediana ciudad de Galicia, parece que habla de universo todo, y de todos nosotros. Al menos consigue implicarnos a todos nosotros en aquello que cuenta. (De sobra está decir que todos nosotros soy yo, en realidad ignoro lo que les pasa por las sensibilidades a todos los otros que leen a Manuel Rivas; y al que no le pase nada, bueno, esperemos que sea porque no sintoniza con Manuel Rivas y no que sea que esté más seco que un tollo).
Al grano, Terranova es una librería en la calle Atlantis de A Coruña. La he buscado, la calle, pero no la he encontrado en el mapa. Sí estaba la plaza María Pita, y el mercado de San Agustín, y la calle Panaderas por donde bajan a toda mecha en bicicleta Vicenzo –qué nombre más raro para un gallego–, sentado en el manillar,  y Garúa –esta es argentina– conduciendo.
La narración transcurre en la actualidad de 2014 pero con hitos en la época de pre y pos guerra y en la época de la transición. No es una novela de amores porque nunca hubo una relación consolidada entre Vicenzo y Garúa, aunque este siga recordándola años después y aunque Dombodan –siempre hay un Dombodan en las novelas de Manuel Rivas – le pegue fuego a los voladores cuando ella se marcha. Tampoco es una novela política, aunque se habla de la represión franquista, de la policía secreta haciendo registros, de escondidos que se entretienen en manualidades, de matones argentinos en busca de terroristas. Ni mucho menos es una novela de mafias y drogas, aunque haya un Máster por ahí que cae en una trampa que salva finalmente a Terranova del desahucio. A lo mejor tampoco es exactamente una novela porque yo diría que en alguna medida trastabillea sin saber muy bien adónde se dirige. No, no creo que esté perfectamente estructurada. Ni falta que le hace, por lo menos para que yo la haya disfrutado.
La sostienen, firmemente, eso sí, estos tres personajes: Eliseo, Camba y Politropos, amantes del conocimiento y de su soporte, que sobreviven en Terranova los terribles tiempos de sequía social. Y la narra y culmina Vicenzo, que aprovecha para colar también su historia con Garúa.
A mí me gusta cómo escribe Manuel Rivas. No compro sus libros para verificar su maestría en el arte de la confección de novelas. El día que escriba un tocho describiendo minuciosamente el trance de ir a defecar al retrete lo leeré con igual fruición que leo sus poemas –con lo que me amargan a mí los poetas– , sus ensayos sobre arte –con lo que tocan las narices los curators–  o sus soflamas políticas izquierdosillas –con lo que desconfío yo de los comprometidos– más bien melancólicas que proyectivas.
En fin, no soy fan de nadie, ni de Manuel Rivas, ni de José Eduardo Agualusa, ni de Orham Pamuk, ni de John Irving, ni de Pessoa, ni de Joseph Conrad, ni de Alvaro Mutis, ni de todo un no muy largo etcétera que se repite en mi biblioteca, pero por alguna misteriosa razón siento una cierta familiaridad con ellos que hace que leerlos sea como llegar a casa después de un dilatado viaje. Igualmente, abusar de ellos es como estar encerrado en casa sintiendo que me estoy perdiendo todo un mundo ahí fuera. Por eso algunas veces hasta los rehuyo –este de Manuel Rivas lleva esperando casi un año, y algo más el próximo de Irving– y otras veces necesito encerrarme, puertas y ventanas, y olvidarme que existe algo más allá que el círculo de luz de mi mesilla de noche y la infinitud de esas ventanas que tengo en las manos.

Comentarios

  1. Habrá que echar un vistazo. Tenía olvidado a Manuel Rivas y me lo has recordado. Me encanta la larga frase final de esta a modo de reseña. Abrazos

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