Prosas Apátridas. Julio Ramón Ribeyro
En mis andares entre libros enfrento tramos llanos y también
repechos, recorridos a veces solo y otros en compañía. Todo lo doy
por bueno, incluso los momentos en que no encuentro nada destacable
en el paisaje y pierdo un poco la fe. Que siempre vuelve, tantas
veces inopinadamente.
A Julio Ramón Ribeyro ya me lo habían hecho conocer, por fortuna, y
tengo, a la distancia de un brazo desde el cabezal de mi cama, los
restos que me quedan por leer de su diario La tentación del
fracaso. Sucedió que a raíz de una hojeada ( que preferiría
escribir como ojeada) que hice de algunos de sus cuentos, hace muchos
meses, lo dejé todo aparcado, para un porvenir que se me vino encima
el pasado fin de semana. No sé cómo ni porqué, me acordé entonces
de Ribeyro y me hice con sus prosas apátridas.
El autor explica en el prólogo el porqué de apátridas, y nada
tiene que ver con la condición más bien errante de Ribeyro. En uno
de los textos incluidos dentro de esta misma colección, dice que hay
dos ciudades, Lima y París, sobre las que no sabe si le gustan o no,
porque como sobre su propio páncreas, no tiene una opinión
estética, sino que, simplemente, las lleva dentro.
En el prólogo queda explicado que son los textos los apátridas. No
cupieron en ningún otro volumen, no se adaptaron a ningún tipo de
género, así que quedaron reunidos en este delicioso cajón de
sastre.
En algunos textos quiero apreciar trazos de diario. Creo ver, de la
mitad hacia atrás del libro, luces negras producidas por la grave
enfermedad que padeció. En otros, cierto estilo reflexivo,
relacionado tenuemente con el ensayo, sin que haya compromiso con la
erudición, ni intención profesoral, ni quepa la cita precisa. En
muchos, casi todos, siempre, un lenguaje abrazado a la poesía, lleno
de besos y requiebros. También en todos, una soledad, que nunca se
nombra pero que se masca en cada palabra. Nadie que formara parte de
una secta/religión/rebaño que se pueda llamar familia, patria, club
de fútbol, empresa o iglesia, podría haber escrito algo como
esto. De sus soledades nace, para nuestra fortuna y su dolor, la
belleza.
Como no soy de alabanza fácil no hablaré de las felices expresiones que encuentro en este brevísimo texto que apenas nos señala (más que hablarnos de) este curioso autor que tendré que ojear (pasando las hojas, obviamente, pero con lo ojos) algún día.
ResponderEliminarMuy explícito no soy, lo reconozco. Y sobre la brevedad, creo que es más bien pereza y poca memoria.
ResponderEliminarHe disfrutado de ambos, tanto del libro como de la reseña, y a ambos aplico la máxima de Baltasar Gracián: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos".
ResponderEliminar¡Toma!
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