Sepúlveda vuelve a frotar la lámpara de los sueños



«No importa el rumbo, la sombra de lo que hicimos y fuimos nos sigue con tenacidad de maldición.»
Luis Sepúlveda, El fin de la historia


La banda publicitaria que trae consigo El fin de la historia se empeña en seducirnos con el reclamo de que se trata de una novela policíaca, uno de los géneros que más se prodiga entre los lectores.

Pero podríamos simplificar la cuestión diciendo que se trata de una cautivadora novela -así, a secas, sin adjudicarla a ningún género-, y que, con ella, vuelve la mejor versión de Luis Sepúlveda, aquel escritor que consiguió embriagar a sus lectores con una pequeña obra maestra como El viejo que leía novelas de amor, publicada hace ya treinta años. 

En esta ocasión, Sepúlveda cuenta una historia de chantajes y venganzas con una aparente sencillez -eso tan difícil de conseguir-, y con una alta capacidad de seducción, fomentada por sus diálogos cortos y ágiles -con ese ritmo trepidante que conseguía Chandler en sus textos-, y que permiten a la trama avanzar de una forma muy dinámica. 

Pero si hay algo que caracteriza a los libros de Sepúlveda es su fórmula de empatizar rápidamente con el lector. El escritor chileno consigue hacerlo no solo con historias cargadas de un bagaje emocional muy intenso, sino también, y sobre todo, gracias a personajes que permiten una identificación inmediata en los lectores.

Esos personajes suelen ser individuos que se sitúan al margen de los convencionalismos sociales e incluso de la ley, pero lo hacen no por maldad o por egoísmo personal, sino para mantener a salvo sus convicciones morales ante una sociedad anclada en el pasado, paralizada por la burocracia o directamente corrupta. 
Este es el caso de Juan Belmonte, un personaje que Sepúlveda rescata de su libro Nombre de torero (1994), para asignarle una nueva misión y, de paso, restaurar un poco de justicia en este mundo de dictaduras atroces e iniquidades consumadas.  

En los últimos tiempos, Sepúlveda había centrado su trayectoria en explotar su faceta de escritor juvenil, con la publicación de Historia de un perro llamado Leal o Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud, pero los lectores echábamos de menos al Sepúlveda trepidante de La sombra de lo que fuimos o La lámpara de Aladino, con su vocación de denuncia ante los abusos del poder y sus zambullidas en algunos de los episodios más siniestros de nuestra historia reciente, como la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o el Chile de Pinochet.  

De ahí la buena noticia de un libro como este, que los lectores celebramos al margen de cualquier etiqueta comercial.

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