de libros y ...supongo que melancolía

Cuando pienso en las novelas de autores canarios que construyen mi altar personal las cosas van apareciendo poco a poco porque forman parte del pasado, de cuando, a finales de los setenta, descubrí que existía una literatura canaria o al menos escrita por canarios, por vecinos míos con los que podía tropezarme y, quien sabe, hasta charlar --luego ya he descubierto que no con todos (típica puya de escritor resabiado)--. En ese descubrimiento tienen mucho que ver Victor Ramírez y Rafael Franquelo, y también mi padre que tuvo el sorprendente gesto de elegir un libro en el que recogían una selección de autores canarios contemporáneos. Este libro abrió una puerta de una estancia que desconocía. Por allí entré y descubrí aquel magnífico Santa Catalina Park, Los puercos de Circe y sobre todo a Isaac de Vega. (Luego vendría la Biblioteca Básica Canaria adquirida tomo a tomo según iba saliendo, menos el último ¿que nunca se editó?)
De Isaac de Vega he leído todo lo que he pillado. Algunas cosas muy mal editadas que me han hecho dudar de su escritura, que de por sí me parece difícil, con una fraseología excesivamente adjetivada y con un tono muy poco natural. Pero nada de eso me importaba porque las novelas de Isaac de Vega lo que creaban era un ambiente, unas sensaciones muy acordes con las mías de aquellos tiempos, supongo, las de un adolescente muy perdido en la vida a fuerza de solitario. No sé si acertadamente siempre relacioné estas sensaciones con las que obtenía leyendo a Alber Camus.
Digo Isaac de Vega y no obras concretas porque ya no recuerdo esas lecturas, solo las sensaciones al leerlas. Lo que pierde uno al hacerse mayor, madure o no madure, lo mismo que en los personajes de La Brújula Dorada de Phillip Pullman, los daimonions pierden la capacidad de transformación, es la potencia transportadora de esas sensaciones, la capacidad de vislumbrar a través de ellas un auténtico otro mundo paradisíaco, intenso de emociones, amable. Supongo que he tenido una infancia feliz y que de ahí toda esta lluvia de leche condensada sobre mis recuerdos. Pero lo cierto es que mis recuerdos de infancia y juventud no son tanto hechos y lugares como sensaciones que experimenté ante esos hechos y lugares. El cantar de los gallos y el ladrar de los perros al amanecer de un día de navidad en el Carrizal, el olor a pino caliente y a pasta de diente (?) en Tamadaba, el sonido del mar por la noche, desde dentro de la caseta, en la Playa del Cura. O aquella, probablemente primera novela adulta que leí: En Pos de la Belleza, que ya no recuerdo (algo sobre un pintor) y que me llevaba muy lejos de aquella habitación de la casa de mi abuela en el Carrizal, del sonido del viento permanente por las tardes durante la siesta (solo el viento estaba despierto) en verano. La soledad gozosa -- a veces angustiosa -- que me empujaba o me atraía hacia los libros, tantos y tantos de los que solo recuerdo el goce de leerlos, el trance en el que me sumergían. De esa época eran las lecturas de Isaac de Vega, pero también las de Camus, y Moby Dick, y Samuel Becket y Jack Kerouac. Alfanhuí, Platero y yo, libros que siempre van conmigo. La nave de los locos, ya un poco posterior igual que el Libro del desasosiego, leído cienes de veces sin comprenderlo hasta, creo, llegar a comprenderlo por afinidad. Y todos los que dejo de recordar, auténtico iceberg bajo el agua de la memoria. 

Comentarios

  1. Muy de acuerdo con las "sensaciones" que uno recuerda de las lecturas. Me has llevado de paseo por el pasado. Entrañable.

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  2. Me encantan las "semblanzas de lecturas", son una forma mucho más personal de lo que se podría creer de acercarse al lector que eres.

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  3. Un texto delicioso de amor a la literatura. Vuelves a ser, como has sido durante tantos años, un guía para mí. Me anoto nombres y buscaré. Me temo que alguno habrá inencontrable y tendré que tirar otra vez de tu generosidad.

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