Las Cosas, Perec
Otra vez literatura. Me
alejo y me acerco a vaivenes de periodo incierto. Esta vez he tardado
en volver, pero aquí estoy, entre páginas de nuevo.
Georges Perec, Las
cosas. Supongo que corría un año (1965) en el que hacía falta
un libro así, escrito por un tipo como Georges Perec. No quiero dar
la impresión de creer en la necesidad de las cosas, de la
acumulación de hechos en la Historia, escrito con mayúsculas como
Dios, en la que no creo. Porque además de hacer falta en aquella
época, Las cosas lo es también en la nuestra. Por supuesto,
el libro no detuvo nada. Que fuera necesario no significa que fuera
útil.
La historia de sus dos
protagonistas, una pareja joven, fue tan actual entonces como lo es
hoy (podríamos poner aquí uno de esos campos automáticos que ponen
la fecha del día en los procesadores de texto modernos y haría
servir este texto sobre Las cosas ya para siempre).
Precariedad en el empleo, estrecheces económicas, falta de espacio
vital (agobiantes lofts que aún no tenían ese nombre
eufemístico, mi abuela los llamaba pajareras), estudios
universitarios elegidos por puro sentido práctico, ni siquiera a
contracorriente de alguna pasión sino en la triste ausencia de ella.
Una sociedad de consumo que se bosquejaba en aquella Francia
gaullista y de postguerra (Argelia), de los felices(?) sesenta.
Perec fue una luz. Y
Escribía. Escribir, que significa, en contra de lo que se viene
creyendo, no garabatear signos sobre un papel, ni hacer una tediosa
recopilación de lugares comunes, o emparejar sustantivos y adjetivos
como matrimonios de conveniencia, toda una vida juntos hasta
solidificarse en lexías indisolubles. Escribir, como quien hace la
lista de la compra, una cosa detrás de la otra, en el orden
esperado, no es escribir. Es aburrirnos. Es abusar de la paciencia de
los lectores. Perec no hacía esas cosas tan feas.
Pero los lectores de hoy
no estamos a la altura, aunque lo intentemos. Poco entiendo lo que
quiso decir Marx con esta cita que hace Perec justo al final de Las
cosas:
El medio forma parte
de la verdad, tanto como el resultado. Es preciso que la búsqueda de
la verdad sea a su vez verdadera; la búsqueda verdadera es la verdad
desplegada, cuyos miembros dispersos se reúnen en el resultado.
Quizá ustedes, finalicen
Las cosas y encuentren en esa cita lo que yo no he llegado a
ver.
Querido amigo, me alegra mucho tu reconciliación literaria. En cuanto a la cita de Marx, entiendo que defiende que el fin no justifica los medios, o que los medios tienen que estar en sintonía con el fin. Leeré "Las cosas" e intentaré buscarle el "sentío". Gracias por descubrirme esta obra.
ResponderEliminarAcabo de leer mi propia entrada y la verdad, me gusta poco. Que yo no entienda la cita no significa que los lectores de hoy no la entiendan. ¿Quién soy yo para hablar de los lectores de hoy? Lo que quise decir (creo) es que entiendo que en la Francia de los años sesenta se leía mucho más a Marx que hoy. Estaban en mejor posición para entenderlo ( y para creer en lo que decía).
ResponderEliminarPor otra parte, no dije que el texto es un análisis completo y lúcido, pero a mi juicio, demasiado estático. Me parece revelador que no haya un sólo diálogo.
Sorprendente que la pareja de protagonistas se parezca tanto a la que podría ser protagonista de una historia de nuestros días.