De ganados y hombres, de Ana Paula Maia

De ganados y hombres de Ana Paula Maia

No recuerdo exactamente la novela de Steinbeck,  De ratones y hombres, de la que de forma evidente está extraído este título.  Tampoco soy capaz de relacionarlas muy bien. Allí, creo recordar, habían dos hombres, dos vagabundos, por los alrededores de las vías del tren, en la época de la Depresión. Creo que se insinuaba una cierta relación homosexual. Creo que uno de ellos era algo retrasado y muy fuerte. Y había algo de huida por una muerte que preocupaba a ambos hombres y que ¿volvía a repetirse?. Todo esto es escuchando al viento de la memoria, sin interés en recuperar exactamente aquella historia. Esta es otra historia. Aquí hay un matadero. Principalmente de vacas. Y un personaje, el aturdidor, Edgar Wilson. Su trabajo es ciertamente brutal, y él no lo disfraza con ninguna perífrasis o fantasía. Y sin embargo es un hombre compasivo que trata de ejecutar su oficio de la manera menos dañosa posible para el destinatario de sus acciones, la vaca.  Es interesante que Edgar, cuyo oficio es golpear con un marrón la cabeza de las vacas, se vea en los ojos de la vaca antes de asestarle el golpe.  Su compasión, su amor por el animal que sacrifica, es lo que lo destaca como un buen trabajador, y no precisamente por esa razón, sin embargo, sino porque, el que la vaca entre confiada, confiando en él, y se deje casi hipnotizar por esa marca que él señala en su frente, sin miedo a lo que intuye que ocurre dentro, el que la vaca caiga al suelo casi sin esperarlo con la cabeza rota, aturdida, pero aún no muerta, resultará en una carne más sabrosa, más tierna, de mejor calidad.
La historia es muy simple, las vacas empiezan a suicidarse.  La pregunta es ¿por qué? Bronco Gil, un compañero del matadero que parece ejercer de capataz, cree que hay alguna alimaña que las asusta. Cuando los depredadores las asustan, las vacas huyen despavoridas y, a veces, se matan, más por accidente, por no mirar por dónde van, que con intención. Edgar Wilson no está de acuerdo en lo del depredador. Tampoco hay ninguna banda de ladrones que se las esté llevando y las desrisque para destazarlas y llevarse la carne, por mucha gente hambrienta que haya en los alrededores. La historia es más simple que todo eso. Y esta mujer la cuenta con una simplicidad, una carencia de artificios, que corta. En esto tal vez sí se parezca a aquello de Steinbeck, aunque no recuerdo su estilo. Sí me recuerda, por ejemplo al estilo seco y no sé si preciso, más bien sugerente, inquietante, de Raymond Carver, o al de, menos sugerente, pero igual de inquietante de Salinger. Menos recuerda, y sin embargo lo menciono aquí porque lo de las vacas y la gente con hambre destazándolas para llevarse a casa antes de que vengan los dueños es el mismo tema de un cuento suyo, a Rubem Fonseca, que es algo más vivo, más expresivo, aunque también según y qué esté contando.
No es ciertamente una novela. Es un relato, un relato simple y preciso; amargo,  porque no deja en buen lugar al ser humano. No simplemente porque sea un asesino de vacas, ni porque coma carne, sino porque, tal y como está representado aquí, es un ser enfermo, que enferma el lugar que habita, la tierra, el agua, a sus semejantes... Tal vez ahí se encuentra la explicación de lo que les pasa a las vacas. 

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