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El tiempo, eso que pasa aun cuando nada pasa

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    Los hechos sucedidos entre todos los posibles son una pura casualidad, una alineación de factores que se nos escapan y que vienen a dar en un devenir que pudo ser cualquier otro. Decir esto es tanto como decir que nadamos en el amplio mar de nuestra suerte, que se cruza, a su vez, con la fortuna de todos los demás y de todas las cosas. Nuestra vida, vista así, es poco más que la trayectoria que sigue una bola de billar sobre un tapete. Habría una primera energía, tentado estoy de llamarla, motor inmóvil, a partir de la cual las bolas se chocan, se atraen y repelen en un juego que podríamos, al fin, definir como de movimiento continuo, o así nos parecerá, continuo, en nuestro pequeño tiempo, una nimiedad en comparación a todo el que transcurrirá después de terminar de leer estas líneas, y en el que ha trascurrido antes de que estas líneas hayan sido escritas. Con todo esto no quiero decir nada. No es una reflexión profunda, no es ninguna aportación que alumbre hipótesis par...

Paterson Lino

 Han hecho un biopic de Antonio Lino, me parece a mí, con la película Paterson,  de Jim Jarmush.  Es cierto que Antonio Lino no es conductor de guagua, pero me lo imagino con la misma placidez vital que tiene el personaje, que se llama Paterson y que vive en la ciudad de Paterson. Me lo imagino, a Antonio, con su cuaderno de poemas en la bolsa o mochila que lleve al colegio y me lo imagino robando momentos a lo largo del día para escribir algunas líneas.   Conozco muy poco a la mujer de Antonio, pero hasta la última vez que nos vimos era incuestionable la devoción por ella del poeta. A pesar de que cocine más o menos bien, Antonio se comerá la tarta de brócoli y quinoa y emitirá un mmmm valorativo, con toda seguridad; eso sí después de beberse el vaso de agua. Y mirará el cuadro del perro, Marvin, intentando no gesticular la mueca de desagrado que le viene a la cara por lo mal dibujado que está. Es verdad que Antonio no tiene perro, pero tiene hijo, que para el...

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Vivir rápido, morir joven y hacer un cadáver bonito

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 Siempre he pensado de mí que tenía que haber muerto joven. Lo del cadáver bonito me lo reservo porque nunca fui un tipo bien parecido.  Y en cuanto a vivir deprisa,  reconozco que me tomé mi tiempo. Ahora tengo sesenta y dos, un poco tarde para morir joven, y, escuchando a Grateful Dead, pienso que he vivido demasiado lento. Siempre esperé a ver lo que pasaba  y no entré demasiado a hacer que pasase. Me quedé esperando como las penélopes, mientras otros viajaban y vivían aventuras yo solo soñaba con hacerlo... algún día. Eso es lo me recuerda la música de Grateful Dead. Hace tres día que pienso que debería volver a coger la bicicleta y partirme el alma en algún barranco  gozando paisajes como un vagabundo (de pequeño decía querer ser vagabundo o pistolero del oeste) pero solo al segundo día me decidí a inflarle las ruedas y hoy me dejé dormir hasta las diez y después desayuné leyendo el periódico.

Por si existieran las montañas mágicas

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  Foto por Jose Mesa (Mataparda on Flickr) https://www.flickr.com/people/liferfe/ - https://www.flickr.com/photos/liferfe/8429137812/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=31823461     Las oportunidades perdidas de subir a la montaña mágica han sido, no lo sabía, un regalo de la suerte y no una maldición de la fortuna. Siempre imaginé que esa diosa que rota su volúbilis sin más ritmo que el capricho estaba adornada por la belleza, que sus vestidos vaporosos insinuarían su silueta para estímulo del deseo. Ahora sé, tarde, que a esa montaña suben, casi siempre, los que bajarán con los pies por delante. Por tanto, la diosa que imaginé es más bien una bruja de nariz larga y aguileña, cargada de verrugas, con una escoba que nos barre como al polvo y al olvido, que diría Borges, que seremos. ¿Qué hacer sino seguir leyendo por ver si Hans Castorp escapa a la suerte general y baja sano y salvo la montaña? ¿La piedad adornó el espíritu (¡cuánto gus...

Sueño lúcido o despertar agónico

 Mi despertador biológico es un calambre en la pantorrilla. Una de las dos o las dos, una primero y la otra después o ambas al mismo tiempo. Según el humor en que se encuentre el pillín de mi cuerpo que, cuando se harta de dormir, le dice al sistema nervioso «anda, despierta a este, a ver si hacemos algo» y el sistema nervioso ordena al músculo de la pantorrilla que se convierta en una piedra y se contraiga hasta volverse agujero negro. Y ahí me tienes, a mí que nunca me ha gustado bailar, meneando las piernas al aire de lo más loco, golpeándome la piedra con el puñito, que hasta hace risa la diferencia de consistencia, y, para colmo, recién salido de una pesadilla tal vez, de la que suele salvarme la vigilia en el último instante, creyendo que por fin ha ocurrido el viejo anhelo de experimentar un sueño lúcido, y tenía que ser precisamente ahora, no podía esperar a cuando en el sueño estuviera triscando por una verde praderita y de súbito me topase con una grácil cabritilla. ...

Diario de un verdugo

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 Mi profesión o mi trabajo, no sé bien cómo llamarlo, es matar personas con todas las garantías posibles de que se lo merecen. A este respecto, yo, la verdad, he creído tener poca cosa que decir y me he limitado, al menos en un principio, a hacer mi trabajo lo mejor posible dando por hecho que el estado y su maquinaria han funcionado debidamente para dejar en mis manos el simple acto final. Pensarán ustedes que para hacer un trabajo así se necesita a un tipo especial, un sociópata que le llaman ahora, un loco de los de antes, o quizá a un tipo con mucho cuajo. Yo, la verdad, es que soy un tipo normal. Me gustan los gatos, por ejemplo, y como vivo en el campo, en una casa abierta, pasan unos cuantos por allí y les pongo algo de comer y hago migas con los que se dejan, que no son todos. Familia tengo poca, ni mujer ni hijos, y amigos unos pocos también, con los que hablo por teléfono de vez en cuando o  veo en pocas ocasiones. En el trabajo no sé si he hecho amigos...