¿Por qué poesía?
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Este mono que somos ha conquistado altas cumbres y también se ha enfangado en la inmundicia de los valles de basura más pestilente. Cuando me puede la desesperanza me pongo música de Weiss y busco en internet el autorretrato de Durero, que está en El Prado, o la Dama del armiño, en Cracovia. Necesito agarrarme a algo sólido como un surco profundo en la tierra húmeda en la que crecen las plantas. Alberto Durero superó el vendaval del tiempo. Leonardo, también, e imagino las conversaciones entre el artista y Cecilia Gallerani mientras la retrataba para Ludovico Sforza. Todo sucedió hace mucho, y esto me hace sentirme terriblemente viejo, absolutamente desubicado en mi tiempo. La poesía me consuela de este desapego que siento cada día más con lo que me rodea, este estar perdido entre tanta gente que corre y que no entiendo. No sé por qué hacen lo que hacen, no sé por qué gritan, no sé hacia dónde corren. No sé de qué huyen. No sé qué pretenden.