Rosario Castellanos
Me inspiro en las palabras de José Emilio Pacheco, prologuista de la antología que manejé. Parezco querer entender que Rosario Castellanos dio un giro jugándose quizá la vida o la integridad emocional o la pertenencia social y encontró un camino propio que fue luego sendero para las poetas mexicanas.
Para ubicarla en el tiempo, como siempre, dos cifras, 1925-1974. La resta de esas cifras, exigua, 49 años.
Para ubicarla en el espacio no basta México, inabarcable, sino que hay entrar al detalle de México capital, mero nacimiento por accidente, porque, volviendo a martillear sobre la manida cita a Rilke, hay que bajar la altura de nuestro vuelo para encontrarla en Chiapas, y bajar aún más hasta Comitán de Domínguez donde vivió su infancia y juventud. Su final ocurrió, muy lejos, en Tel Avid, como embajadora de México.
Pero todo esto es nada, diría el prologuista, porque nosotros no podemos encontrarnos a Rosario Castellanos en ningún café, en ninguna esquina recoleta, desapareció para siempre en 1974.
Nos queda conocerla toda en lo que dejó escrito, para nuestra fortuna.
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