El verdadero nombre de las cosas
No es por todos conocido que el entrenamiento primero de Jean-François Champollion en el desciframiento de mensajes arcanos se produjo en el mercado de frutas y verduras de su localidad natal, Figeac. Su padre, librero, lo enviaba a hacer mandados, confiando ya en el criterio del niño para elegir las mejores compras en un mercado, por otro lado, plagado de aviesos mercaderes dispuestos a dar gato por liebre. La ínfima cultura de los vendedores garantizaba una cartelería indescifrable para una persona culta, llena de faltas de ortografía o de transcripciones más o menos fonéticas del verdadero nombre de las cosas. La frontera, por tanto, entre el verdadero nombre de las cosas (si tal existe) y aquel por el que a ellas se referían era especialmente difusa en los mercados de Figeac. El joven Jean-Francois aprendió de chico a lidiar con la evanescente referencia a las cosas, la brumosa e inabarcable combinación de símbolos cuando se deja al albur de la falta de normas o,...