Teoría de los inabarcables

Hace un par de días que se plegó el espacio-tiempo, aquí justo, delante de mi sofá, como si fuera la alfombra que nunca puse. Ya al bajar, aturdido por el medio sueño al regreso de la siesta y las copas de vino del almuerzo, noté la difusa sensación de que las pantuflas avanzaban sobre una coordenada desconocida proyectando destellos fugaces sobre las abscisas. Alargué el pie, torpemente, junto a una especie de espagueti multidimensional. Llegué al punto suficiente, necesario, diría Paul, probablemente Hernández, el hermano gemelo de Peter, probablemente Fernández, de evitar el corrimiento al rojo de la pantufla, lo que, sin lugar a dudas, Penrose demostraría que hubiera supuesto su pérdida para "siempre" (el "siempre" de los físicos que es como un "nunca" o un "antes muerta" de mi Beatriz, potencia jamás actualizada).

No saben ustedes lo que es pisar un charco negro y profundo como un lago de hiel cuando se levanta uno de una siesta, una inocente siesta, que uno empezó a dormir como si fuera una más cualquiera de tantas. Es el estupor, que no definiría como incomprensión de lo que pasa, sino más bien como la conciencia de que no se tiene capacidad, y nunca se tendrá, para comprender lo que está pasando. Poco importa si esa capacidad, no sólo de comprender, no se trata de eso, sino de elaborar algún tipo de relato que atraiga la pantufla hacia lo comprensible, está totalmente perdido para siempre jamás. Poco importa la cuestión del futuro, puesto que sólo existe el presente, y el pasado, que depende exclusivamente de la voluntad de nuestra memoria, está excluido de las apreciaciones pertinentes sobre la pantufla. La pantufla, horrorosamente, se ha llevado al pie consigo y ambos se alejan con un estiramiento de la materia intermedia (es de suponer que deben ser la tibia y el peroné y toda la conjuntía de cosas con las que esas dos piezas suelen acompañarse). El estupor, es eso, estupor, y la mansedumbre de una boca abierta, aún babeante a causa de la siesta. ¿Y el otro pie? ¿Y la otra pantufla? Una simetría, sin duda. Se hallarán, es de suponer, en un universo especular, indiscernible si no dispusiéramos de un eje de simetría que nos permita saber justo dónde estamos, plantados sobre la arena del ruedo, con la espalda arqueada, la taleguilla ceñida y sabiendo que lo único importante ahora es que el público no se percate de eso, tan feo y oscuro, que es el miedo.

Comentarios

  1. Que despliegue de imaginación! No estoy segura de haberlo entendido, pero no creo que importe, me he divertido un rato!

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