Mimí

Le daba igual París, Madrid, Barcelona, Amberes o Valsequillo. Al final todos eran lugares donde padecer con el recuerdo de Mímí. Recuerdos de su silencio nunca incómodo, su manera de ser del norte, lejos del exceso de palabras y sonrisas, su estar cerca sin estar demasiado cerca y nunca lejos, su estatura y delgadez, sus manos grandes, su juventud y sus pechos pequeños y puntiagudos. 

Pero, sobre todo, el recuerdo de una llegada sin ruido, como la lluvia de principios de otoño, y de no haber sido necesaria otra cosa que haber dejado que las cosas sucedieran.

Alguien que había llegado así nunca se iría, porque las despedidas siempre suponen ruido y temblores de tierras y de entrañas. Con Mimí todo eso era imposible, por eso sabía que nunca se iría.

Cualquier intento por olvidarla estaba condenado al fracaso.

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