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¿Lo último que supe? Alguien, no recuerdo quien, recibió una postal suya desde Odessa. Dónde estará eso.  Sí, una postal en la era de los móviles y los e-mails, los facebooks y los skypes. Una postal. Era una foto antigua, de una zona portuaria y unos parroquianos sentados alrededor de una mesa jugaban a las cartas. Unas pintas bastante siniestras, al igual que el bar en cuyo quicio se apoyaba un señor gordo con un mandil y un exuberante bigote. Era el único que miraba a la cámara. Odessa. ¿Dónde estará  eso? ¿En el Mar Negro, dices? ¿Y dónde está eso? Déjalo, ya lo buscaré en la Wikipedia.
¿Qué decía? Pues algo así como “mira donde me tomé ayer una copa”. Nada más. Ya digo, la foto parecía antigua. Lo mismo no lo era. Una broma quizá. O es que el sitio no había cambiado en quinientos años. No sé. Me dio envidia. Yo acababa de venir de pasear al perro. En casa no había pan. Al día siguiente regresaba al trabajo después de unas lastimosas vacaciones y me fui a la calle a ver si veía a alguien. Me encontré con uno, y luego con otro y en algún momento, entre cerveza y cerveza, salió su nombre. Alguien sacó la postal del bolsillo, algo arrugada.
Pero es que antes ya habíamos recibido noticias. Perú, dicen, unos, Bogotá, cuentan otros. Pasó cerca de Nueva York, pero no se quedó, dicen que contaba en una conversación telefónica muy al principio de su partida. Pero nadie podía afirmar nada. La única que podía asegurar algo, Laura, dijo que había muerto y todos nos quedamos tiesos. Ahora no lloré, es más se me quitó la borrachera. ¿Lo sabes? Le preguntamos. Lo sé, dijo ella categóricamente. Hace un mes. En Nairobi. Unas fiebres. Una carta del consulado.  No repatriaron el cadáver por no sé qué precauciones higiénicas.  Bebimos en su honor. Y luego ya no había nada que hacer.
Llegué a casa, me quité la ropa y me acosté. Me dormí enseguida. Me levanté pronto. Paseé al perro. Tomé café y salí para mi primer día de curro después de unas vacaciones infames.

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